
La
experiencia cercana a la muerte ha sido, en épocas recientes, uno de
los fenómenos que más seducción ha generado en el ámbito científico,
particularmente en la medicina, la neurociencia, la neurología, la
psiquiatría y, fuera de la ciencia y ya en épocas remotas, a otros
campos de conocimiento como la filosofía y la religión. Esa situación
crítica al borde de la vida en que se sitúa el cuerpo y la mente humana
ofrece un escenario enigmático, casi irrepetible, en el que el
comportamiento del sujeto se ve alterado en aspectos insospechados.
Entre los experimentos realizados al
respecto, destaca el de Karl Jansen, psiquiatra que ha intentado emular
la experiencia pero en un ambiente controlado, utilizando para ello
ketamina, la conocida sustancia que aunque usada regularmente con fines
analgésicos, también tiene la capacidad de inducir alucinaciones.
Todas las
características de una experiencia cercana a la muerte se pueden
reproducir con una administración intravenosa de 50-100 mg de ketamina
[…] incluyendo un viaje a través de un túnel oscuro hacia la luz, la
convicción de que uno mismo está muerto, “comunicación telepática con
Dios”, alucinaciones, experiencias extra-corporales y estados místicos
[…], volverse una mente o un alma sin cuerpo, morir o ir a otro mundo.
Eventos de la niñez también pueden revivirse. La pérdida de contacto con
la realidad ordinaria y el sentido de la participación con otra
realidad se acentúan y con menor resistencia de como usualmente sucede
con el LSD. Las experiencias disociativas frecuentemente parecen tan
genuinas que los usuarios no están seguros de si en verdad no dejaron
sus cuerpos.