La fotografía erótica de Kasso tiene que ser una de la más altas
manifestaciones del arte contemporáneo: fractales de la eterna forma
femenina con la característica refinación japonesa, poesía de lo bizarro
y seducción infecta.


La simetría de la forma sagrada: la
vulva y la vagina, la V, esa pirámide inversa, que es en el espejo
microcósmico de la Tierra el vaso del cielo, el caliz; desde el contexto
urbano, a veces perverso, porcelana glacial, belleza a veces bizarra,
máxima femenidad en la plata del papel o en la pantalla, como solo un
fotógrafo japonés, de una refinación inasequible, podría vislumbrar.
Rikki Kasso, como un dandi divinizado por la feminidad que lo acompaña,
que le abre la puerta y se desnuda en esa ciudad fantástica que es
Tokio, con el cielo entre los grandes edificios fálicos y las nubes que
forman también otros fractales de la eterna forma femenina, produce sin
duda uno de los cuerpos fotográficos más seductores en la actualidad, a
la altura de cualquier otro fotógrafo, con la ventaja de dominar el tema
que más nos atrae: la belleza de la mujer y la naturaleza entrelazadas
por la mística simetría que nos revela que la feminidad
es la cifra de nuestro planeta.

Parte notable del trabajo de Kasso es su
capacidad de erotizarse constantemente sin perder en ningún momento su
exquisitez, de encontrar un gesto o una breve forma que logran insinuar
toda una narrativa erótica, a veces onírica y a veces sádica; de ver la
formas primordiales de la vulva y los senos iterarse en la naturaleza,
como un fractal ubicuo. Como si fuera el elegido entre los voyeuristas,
tocado por el hada madrina de la magia sexual, que lo gratifica con sus
ninfas: muñecas de la piel más suave, del ardor más secreto, en esa
habitación prohibida, tan lejos y tan cerca en su angelical lascivia.
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