En los años 20, al menos en Estados Unidos, un tal Dr. F. E.
Young ofertaba dilatadores de ano, un raro dispositivo que algo tiene de
fálico con el cual las personas constipadas o con hemorroides podían
hacer naturalmente lo que individuos sanos hacían todos los días.
Aunque el pudor o la moral dominante lo
niegue o intente disimularlo u ocultarlo, hay situaciones en que es
necesario recurrir a medidas desesperadas y hasta autohumillantes para
preservar la integridad, sea cual fuere la forma que esta tome en tantos
ámbitos como se desarrolle nuestra existencia.
En cuestiones de salud, por ejemplo, hay
enfermedades que socialmente se tachan de vergonzosas y que, por lo
mismo, es común que obliguen a quien las padece a emprender misiones
laberínticas para encontrar su cura.
Con cierta frecuencia se trata de
afecciones ligadas con lo sexual, pero, curiosa y extrañamente, las
enfermedades del aparato digestivo tienen una reputación parecida, algo
que más vale mantener en secreto en vista de las lesiones que, a la par,
sufre nuestra dignidad.
En los años 20, un tal Dr. F. E. Young
tenía una compañía que comerciaba con estos dilatadores rectales, un
objeto cuyo uso se aconsejaba en casos de constipación crónica y
hemorroides, una especie de bala que se operaba directamente sobre la
zona en conflicto en busca de una solución al mismo.
Hechos de goma sólida y fabricados en
cuatro tamaños distintos, estos dilatadores prometían al enfermo
ayudarlo con esas operaciones que el individuo sano realizada
naturalmente a diario.