

Las
abuelas y los abuelos tienen fama de conservar objetos que sorprenden a
las nuevas generaciones, evidencia material del paso por épocas
específicas de este mundo, tesoros personales de alto valor simbólico
que se heredan y a veces también se pierden. Un broche, un anillo, un
sombrero, pero difícilmente algo tan inesperado como una momia egipcia.

Curiosamente ni el padre del menor ni la
anciana misma estaban al tanto del sarcófago y la restante parafernalia
funeraria conservada en el hogar.
Al respecto Lutz Wolfgang Kettler, el papá de Alex, declaró al diario alemán Der Spiegel
que su padre, muerto hace 12 años, realizó varios viajes en la década
de 1950 por los países de África del Norte. El hombre, sin embargo, era
más bien escueto en sus relatos y nunca habló mucho de lo que había
vivido en estas tierras. “Era de la vieja generación que experimentó
mucho en la guerra y realmente no hablaba mucho de nada. Aunque recuerdo
que mencionó haber estado en la ciudad libia de Derna”, dijo Lutz.
Según parece, el hombre pudo haber comprado el sarcófago en este viaje,
embarcándolo a Diepholz, en la Baja Sajonia, donde aún reside la abuela
de Alex, vía Bremerhaven.
La conjetura tiene sentido si se toma en
cuenta la fiebre de egiptología de mediados del siglo XX, a la cual el
viejo Kettler parece no haber sido inmune.
Y si bien los objetos tienen el aspecto de réplicas, Lutz planea llevarlos a examinar con un amigo suyo, arquéologo en Berlín.