Técnicamente virgen: sobre las chicas católicas y el sexo anal ¿Es cierto que las chicas católicas acceden a tener sexo anal para evitar perder la “flor” de la virginidad? ¿Y qué nos dice esto de nuestra sociedad, de la Iglesia y de la confusión sexual con la que crecemos?
Una leyenda urbana ronda ciudades en las
que existen una notoria población católica, jóvenes uf-anos que gustan
de relatar sus experiencias sexuales suelen señalar que si bien muchas
chicas católicas se niegan a tener sexo vaginal, bajo una paradigmática
aura de pureza (que para muchos solo las hace más sexy), muchas de ellas
están dispuestas a intentar todo tipo de actos eróticos periféricos,
como el sexo anal, siempre que no rompan con el sello de su virginidad.
En el popular Urban Dictionary
encontramos la siguiente definción (en inglés) de “niña católica”: Se
refiere a una joven mujer que, en su intento de preservar su virginidad,
tendrá sexo anal, pero se negará a una relación sexual conevncional (“I
won’t give it up, but I’ll take it up”).
En este foro,
por ejemplo, se concluye que la supuesta pasión por el sexo anal de las
mujeres brasileñas es el resultado de que Brasil es un país
predominantemente católico en el que se les inculcaría la importancia de
llegar vírgenes al matrimonio.
Más allá de que esta supuesta
permisividad anal de las chicas católicas –y se dice que también las
chicas judías– sea una fantasía rebelde de los adolescentes ansiosos por
desvirgar a su novia o de nuestra cultura llena de películas como American Pie y de revistas como Teen, o
en realidad sea algo que ocurre entre un sector de la población, el
tema nos permite reflexionar sobre lo ridículo que es la religión
oficial en lo que respecta a la sexualidad moderna. Lo que alimenta esta
posible tendencia sexual es que la religión católica sostiene que una
mujer debe de llegar virgen al matrimonio, tener sexo vaginal sin estar
casado es un pecado –el sexo anal, seguramente tambien un pecado, sin
embargo, parece escaparse del imperativo en una laguna del dogma
católico (las mismas personas que “aplican la ley”, los padres y los
sacerdotes, sufren de esa misma represión y nunca se atreverían a hablar
del sexo anal) . Por supuesto, aquí se exhíbe una doble moral, el sexo
anal es algo que se da por detrás en el sentido también de que puede
ocultarse (en China se han popularizado hímenes artificiales para poder ocultar la penetración vaginal).
No sólo es el temor al castigo de Dios, es el temor al castigo del
Otro, de la sociedad, del hombre: al hacer visible la ausencia de la
sangre. Lo absurdo es que esta ley moral, se dice, parte de lo que ha
sido establecido por la divinidad –pero esta ley supuestamente de origen
divino, la cual es la que originó la prohibición sexual en primera
instancia, poco pesa en comparación con el escrutinio profano del
hombre. El hombre que irracionalmente (como ocurre en la novela Crónica
de una Muerte Anunciada) proyecta su miedo a la interfase divina y
persigue un dictamen anacrónico que ni siquiera entiende.
¿De quien se esconden las niñas católicas que tienen sexo anal para evitar perder su virginidad?
El tema de fondo es cómo la iglesia ha
usado la sexualidad como un mecanismo de poder para controlar a las
masas. Si bien es indudable que existe una liberación sexual –muchas
veces anegada por el bombardeo mediático del deseo dentro de la lógica
perversa del consumo–, aún vivimos colectivamente los traumas de siglos
de represión y confusión en nuestro entorno más inmediato: el cuerpo.
Una intimidad sujeta a un aparato de poder, a una serie de normas que si
tenían un significado y un sentido sagrado, con el tiempo y la ambición
se han prostituido en su castidad. La energía sexual es sin duda uno
de los ámbitos fundamentales para la salud y la evolución humana;
tergiversada entre dogmas y miedos atávicos, es difícil hoy ir al
encuentro de ese abrazo cósmico sin todo un bagaje de fantasmas que
dificultan el contacto en el presente, extático y libre de hacer que el
hombre acaricie la divinidad sin un intermediario.