Una breve historia de la hipotésis de la simulación y de
la idea de que vivimos en un programa informático desde la perspectiva
de la ciencia
“We hypostasize
information into objects. Rearrangement of objects is change in the
content of the information; the message has changed. This is a language
which we have lost the ability to read. We ourselves are a part of this
language; changes in us are changes in the content of the information.
We ourselves are information-rich; information enters us, is processed
and is then projected outwards once more, now in an altered form. We are
not aware that we are doing this, that in fact this is all we are
doing.”
-Philip K. Dick.
El cuestionamiento de si nuestro
universo es una gigantesca simulación o podemos seguir creyendo en un
“mundo real” ha cobrado fuerza en los últimos años, no sólo en el
imaginario popular sino también entre filósofos y científicos, acaso
como una versión más sofisticada, que emplea ahora metáforas
cibernéticas, de la pregunta fundamental: ¿qué es la realidad?
El primer esfuerzo por poner a prueba de
manera científica si vivimos en una realidad hecha por computadora
surgió en el 2001, dos años después de The Matrix. Seth Lloyd,
un ingeniero de mecánica cuántica de MIT, calculó que el número de
operaciones que debían de simularse para crear una versión facsimilar de
la realidad desde el Big Bang a la actualidad requeriría de mayor
energía que la que tiene nuestro universo. Esto supondría que esta
supercomputadora tendría que ser más grande que el universo mismo, lo
cual significa todo tipo de problemas ontológicos.
Pese a esto, algunos científicos notaron
que hacer una copia imperfecta del universo suficientemente buena para
burlar a sus habitantes no necesitaba tanto poder de cómputo. En un
universo destinado a burlar la percepción de sus habitantes, los
pequeños detalles de mundos microscópicos o de estrellas distantes
podrían ser llenados por los programadores solamente en algunas
ocasiones, un poco a la manera de la película The Truman Show o de la filosofía de Berkeley, la cual sugiere que las cosas sólo existen cuando están siendo observadas.
En el 2003, Nick Bostrom, director del
Instituto para el Futuro de la Humanidad, de la Universidad de Oxford,
estableció lo que se conoce como la “hipótesis de la simulación”. La
tesis de Bostrom plantea básicamente que si en el futuro, según suponen
muchos científicos y futuristas, es posible que existan grandes
cantidades de poder computacional, quizá estas generaciones futuras
realicen simulaciones detalladas de sus ancestros en sus
supercomputadoras. Simulaciones realizadas con dichos recursos
permitirían personas simuladas conscientes que serían suficientemente
nítidas y contarían con conocimientos avanzados del funcionamiento de la
mente para simularla. El poder computacional de estas generaciones
futuras les permitiría realizar miles y miles de simulaciones por lo
cual se podría suponer que la vasta mayoría de las mentes no pertenecen a
la raza original sino a la raza “simulada”.
Bostrom fundamenta su teoría en la idea
de la “independencia de substrato”, según la cual, los estados mentales
pueden producirse en una amplia clase de substratos físicos. “Si un
sistema implementa las estructuras y procesos computacionales correctos
puede ser asociado con experiencias conscientes. No es una propiedad
esencial de la consciencia ser implementada en una red bioneuronal
basada en el carbón dentro de un cráneo: en un principio procesadores
basados en el silicio dentro de una computadora podrían hacer el truco”.
En el 2007, el profesor de matemáticas
de Cambridge, John D. Barrow, sugirió que una simulación imperfecta de
la realidad debería de contener fallas perceptibles o “glitches”, y,
como tu computadora, el sistema del universo debería de requerir de
actualizaciones para seguir funcionando. Esto haría que algunos de los
aspectos estáticos o eternos de la naturaleza conocidos como constantes
perdieran sus valores en ciertos momentos (por lo que, por ejemplo, la
velocidad de la luz podría variar).
El físico nuclear Silas Beane y su
equipo recientemente han diseñado un posible experimento que podría
comprobar si vivimos en una simulación. Generalmente se asume que el
espacio es se extiende infinita y uniformemente, pero los físicos han
tenido problemas para recrear este fondo espacial uniforme, por lo que
han construido un modelo en el que el espacio está embebido en una
cuadrícula (lattice, en inglés). Si el espacio es continuo, no
debe de existir una cuadrícula subyacente que guíe la dirección de los
rayos cósmicos: deben de llegar de todas las direcciones de manera
equitativa. Si los físicos registran una distribución desigual, esto
sugeriría que nuestro cosmos podría no ser real.
Este experimento, por más interesante
que parezca, podría ser insuficiente e igualmente iluso –en un universo
esencialmente ilusorio. Si los simuladores que han programado el
universo fueran capaces de manipular las reglas del juego (las leyes de
la física) a voluntad, entonces es posible que puedan vigilar y
desactivar todo intento de descifrar que el universo es una simulación,
especialmente cuando éste se basa en un intento de medir una variación
en las leyes de la física. Aunque también es posible que los
simuladores, como sugiere Borges de la divinidad, “hayan consentido
tenues intersticios” en su diseño para revelarnos, a la manera de un
guiño, que el universo no es real. Pero incluso estos simuladores, la
divinidad como demiurgo, podrían no ser más que una simulación más en
una infinita cadena de simulacros y copias. Y entonces el tan ansiado
despertar del sueño, no sería más que un nuevo engaño, parte, al igual
que nosotros, del programa.
1 comentario:
Nel pastel
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